Boda en Mas Llombart
Despierta una calurosa jornada de Agosto, preparativos, nervios, confidencias, por fin ha llegado el ansiado día, por fin se darán el “sí quiero”.
En el dormitorio está dispuesto su traje, zapatos, el cinturón con una peculiar hebilla y las cadenas, símbolo y distintivo de sus gustos. Una vez vestido, entre bromas y risas, se convierte en el objetivo de las cariñosas miradas de sus allegados.
Ahora es ella quien sonríe, su gesto afable y sereno, se ve reflejado en el espejo mientras manos profesionales dan los últimos toques al maquillaje y peinado. Vestida ya, junto a la ventana, sonríe feliz. Exultante y ansiosa saluda a los familiares que van llegando, acaricia su gato, y ayuda a su hermana a colocarse la camisa, son amigas, cómplices desde niñas.
La llegada escalonada de invitados a la ceremonia permite disfrutar de la brisa que se cuela entre las hojas de los árboles, refrescando el cálido ambiente de esa tarde de verano. Primero él, y luego ella hacen su recorrido hasta llegar ante el oficiante de la ceremonia. Emotivas lecturas, lágrimas de emoción recorren las mejillas de aquellos que sienten como propias las enternecedoras palabras.
Tras los anillos y el beso de rigor, pétalos de rosas y arroz son lanzados sobre sus cabezas, a la vez que cubren el verde césped y la roja alfombra.
Toca ahora disfrutar, compartir confidencias, saludos, besos y alegría. Mientras, cae la tarde, transcurre el tiempo, y después del pastel, llega la hora del brindis, el momento de agradecer a todos y cada uno de los invitados su presencia, su inestimable compañía en un día que formará parte de un hermoso recuerdo, de una historia en la que todos son protagonistas.
Texto: Dolores Acedo